Hay palabras que sugieren mucho más que lo que su lectura de sílabas o el diccionario nos cuentan. Deambular es una de ellas. Deambular se define como el acto de andar o pasear sin rumbo predeterminado. Por los avatares que sabemos, no es frecuente que salgamos “a la deriva”. Nuestra estancia en la calle es porque “vamos a” o “venimos de” algún lugar, con más prisa o con menos, pero siempre con un propósito y una dirección. Sin embargo el origen latino del término “de-ambulare” es más sugerente en cuanto hace referencia al paseante que lo hace acompañado única y exclusivamente de sí mismo y de sus pensamientos. Eso es ni más ni menos que un deambulante, un pensador ambulante.
Esta puntualización etimológica viene al caso de un pequeño artículo que me gustó mucho y que leí de casualidad hace algun tiempo en el diario El País. Iba firmado por el escritor Antonio Muñoz Molina bajo el bonito nombre de “Poesía caminada” en el que trazaba una poética glosa acerca del viejo arte del caminar referida a una publicación de un autor inglés. Entresaqué esta frase que me gustó especialmente y apunté en una libreta para recordarla
“Caminando deprisa se atraviesan conversaciones igual que encrucijadas de calles”
Animado por el estímulo del artículo me propuse el sano ejercicio de salir a deambular por los alrededores de mi barrio. Actos intrascendentes de a diario cobraban ahora nuevas perspectivas e incluso me propuse crear un registro de imágenes con la cámara del móvil. Me veo saludando a Ana María, una de mis vecinas, que pocos pueden imaginar que esta menuda y oronda mujer fue una autentica pionera del deporte femenino y una de las primeras mujeres paracaidistas de la gris y machista España de finales de los 50.La foto es de mi vecina en 1960. Su increíble historia ya la conté aquí
Me veo saludando también a otras personas más o menos conocidas, a Juan el pescadero, a las hermanas del kiosco, al librero de la Plaza de los Terceros que coloca algunos libros de viejas ediciones en la vitrina de su establecimiento.
Delante de mí camina un personaje singular de mi barrio. Yo le llamo “el hombre de los trenes” porque siempre va con dos vagones de trenes de juguete, uno en cada mano. Nunca los suelta. Lo que daría por conocer las historias de vida que esconderán esos trenes.
Unos metros más allá está “Casa Alonso” la clásica -y ya escasa- tienda de ultramarinos del barrio con su pizarra y ofertas escritas con tiza en la pared .
Unos pasos más y me veo frente a la vieja y familiar “Droguería Verde”, como la llamábamos popularmente. La de veces que he ido y voy a por materiales. Compraba ya en ella muchos años atrás el avituallamiento de pinturas, pinceles, carboncillos , pigmentos y lienzos en mi época de estudiante de arte. Era más barata que las demás tiendas de materiales.
Enfrente de la droguería, el Bar EME, un sitio peculiar y muy "propio" pero con buenas tapas. Para mi hijo, sirve los mejores montaditos del mundo mundial.
Cruzo la avenida y me encarrilo frente a un edificio que antaño fue Escuela de Bellas Artes, luego Facultad de Filosofía y Pedagogía (donde estudiaron muchos de mis amigos), más adelante pasó a Facultad de Periodismo y ahora nuevamente, un anexo de Bellas Artes. Las vueltas que dan la vida y las piedras de los edificios.
Unas calles más adelante paso frente a otro establecimiento singular, "Artesanía Rodríguez", una tienda de “atrezzo” y complementos para la turística y famosa Semana Santa sevillana: capirotes, cordones, velas y todo lo necesario para los miles de nazarenos de esta ciudad. También un pequeño negocio familiar.
Me enfilo por la larga y estrecha calle Sol, hasta desembocar en Santa Lucía, iglesia desacralizada reconvertida en “Iniciarte”, un espacio expositivo de Arte Contemporáneo ( y que casi siempre veo cerrado).
Me cruzo con algunas de esas pintadas anónimas y llenas de ingenio que a veces aparecen en las paredes. Algunas auténticas maravillas poéticas como aquella a que le dediqué recientemente este post. Pero sobre todo, me cruzo con cientos de caras y de vidas anónimas, atravieso -a la par que las calles y las aceras- sus conversaciones, de las que apenas logro retener una fugitiva frase o si acaso una palabra perdida: adiós, mañana, tengo que, voy a, prima, dinero, hora, tiempo, quedar, piso, etc. No es asunto de fisgonear sino en estar en estado de alerta, despertar los sentidos de la memoria, atento a los estímulos, a los movimientos, a los gestos, al ir y venir de la gente, a la imperfección que marca la rutina de la calle. Es por eso que Muñoz Molina alerta
“…privarse de los sonidos de la calle es un desperdicio tan grande como el de los regalos de la vista”
¿Nos damos cuenta? En la calle, en el autobús encontramos cada vez mas gentes interconectadas y aisladas del ruido urbano por medio de sus mp3, ipod, móviles y demás artilugios tecnológicos. Vemos a gente gesticular y que parece hablar sola a voz en grito pero que en realidad hablan por medio del discreto interfono de móvil con un interlocutor anónimo. Público y privado a la vez, casi una situación surrealista cuando coinciden en una parada dos personas que hablan con el manos libres casi enfrente una de otra y sin embargo hablan cada cual de sus cosas con sus respectivo/as interlocutores/as. Es verdad que a veces los ruidos de la calle son molestos, las obras, los coches, las motos, la carga y descarga de mercancías, etc. Pero lo paradójico es que estas tecnologías que nacieron para facilitarnos la comunicación también nos aíslan y nos encapsulan en burbujas de incomunicación, no propiciando la comunicación con las personas reales de carne y hueso, dificultándonos ejercer el sano acto de saludar y hablar incluso con desconocidos. Hay quienes hablan de la “generación pulgar”, nacida, crecida y “educada” en pleno auge de la tecnología móvil e internet, del ipod y del iphone, del plasma y la TDT.
Yo era de los que usaban el mp3, sobre todo cuando iba en bicicleta por mis trayectos urbanos. Ahora lo soporto menos. Apenas si aguanto algunas canciones porque al poco rato necesito mi “dosis” del ruido real de la calle o el gorgoteo urbano. Me imagino cazando palabras y conversaciones al vuelo como un cazador de mariposas. Atento y despierto, ficcionando e imaginando relaciones imposibles, exprimiendo las sensaciones hasta licuar una pequeña frase, un metaforismo, un haiku, una fotografía, una imagen sobre la que reflexionar a lo largo del día.
“Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar” Machado tenía razón: hacemos camino cuando regamos el pensamiento al caminar. Movemos las piernas y pinchamos a las neuronas para que se despierten de su letargo rutinario. Si los pensamientos se aceleran, nuestros pasos también, nuestros ojos ven más y nuestros oídos alcanzan mayores y sutiles registros. Y cuando nuestros sufridos pies pidan clemencia, regalarnos un descanso, un café, una charla desenfadada con el camarero o leer la prensa tal vez, encontrar un artículo o tema interesante y ver si mis pensamientos han ido más o menos lejos que mis pasos.
Y me despido con un breve "antojiku" sobre el caminar.
Esta puntualización etimológica viene al caso de un pequeño artículo que me gustó mucho y que leí de casualidad hace algun tiempo en el diario El País. Iba firmado por el escritor Antonio Muñoz Molina bajo el bonito nombre de “Poesía caminada” en el que trazaba una poética glosa acerca del viejo arte del caminar referida a una publicación de un autor inglés. Entresaqué esta frase que me gustó especialmente y apunté en una libreta para recordarla
“Caminando deprisa se atraviesan conversaciones igual que encrucijadas de calles”
Animado por el estímulo del artículo me propuse el sano ejercicio de salir a deambular por los alrededores de mi barrio. Actos intrascendentes de a diario cobraban ahora nuevas perspectivas e incluso me propuse crear un registro de imágenes con la cámara del móvil. Me veo saludando a Ana María, una de mis vecinas, que pocos pueden imaginar que esta menuda y oronda mujer fue una autentica pionera del deporte femenino y una de las primeras mujeres paracaidistas de la gris y machista España de finales de los 50.La foto es de mi vecina en 1960. Su increíble historia ya la conté aquí
Me veo saludando también a otras personas más o menos conocidas, a Juan el pescadero, a las hermanas del kiosco, al librero de la Plaza de los Terceros que coloca algunos libros de viejas ediciones en la vitrina de su establecimiento.
Delante de mí camina un personaje singular de mi barrio. Yo le llamo “el hombre de los trenes” porque siempre va con dos vagones de trenes de juguete, uno en cada mano. Nunca los suelta. Lo que daría por conocer las historias de vida que esconderán esos trenes.
Unos metros más allá está “Casa Alonso” la clásica -y ya escasa- tienda de ultramarinos del barrio con su pizarra y ofertas escritas con tiza en la pared .
Unos pasos más y me veo frente a la vieja y familiar “Droguería Verde”, como la llamábamos popularmente. La de veces que he ido y voy a por materiales. Compraba ya en ella muchos años atrás el avituallamiento de pinturas, pinceles, carboncillos , pigmentos y lienzos en mi época de estudiante de arte. Era más barata que las demás tiendas de materiales.
Enfrente de la droguería, el Bar EME, un sitio peculiar y muy "propio" pero con buenas tapas. Para mi hijo, sirve los mejores montaditos del mundo mundial.
Cruzo la avenida y me encarrilo frente a un edificio que antaño fue Escuela de Bellas Artes, luego Facultad de Filosofía y Pedagogía (donde estudiaron muchos de mis amigos), más adelante pasó a Facultad de Periodismo y ahora nuevamente, un anexo de Bellas Artes. Las vueltas que dan la vida y las piedras de los edificios.
Unas calles más adelante paso frente a otro establecimiento singular, "Artesanía Rodríguez", una tienda de “atrezzo” y complementos para la turística y famosa Semana Santa sevillana: capirotes, cordones, velas y todo lo necesario para los miles de nazarenos de esta ciudad. También un pequeño negocio familiar.
Me enfilo por la larga y estrecha calle Sol, hasta desembocar en Santa Lucía, iglesia desacralizada reconvertida en “Iniciarte”, un espacio expositivo de Arte Contemporáneo ( y que casi siempre veo cerrado).
Me cruzo con algunas de esas pintadas anónimas y llenas de ingenio que a veces aparecen en las paredes. Algunas auténticas maravillas poéticas como aquella a que le dediqué recientemente este post. Pero sobre todo, me cruzo con cientos de caras y de vidas anónimas, atravieso -a la par que las calles y las aceras- sus conversaciones, de las que apenas logro retener una fugitiva frase o si acaso una palabra perdida: adiós, mañana, tengo que, voy a, prima, dinero, hora, tiempo, quedar, piso, etc. No es asunto de fisgonear sino en estar en estado de alerta, despertar los sentidos de la memoria, atento a los estímulos, a los movimientos, a los gestos, al ir y venir de la gente, a la imperfección que marca la rutina de la calle. Es por eso que Muñoz Molina alerta
“…privarse de los sonidos de la calle es un desperdicio tan grande como el de los regalos de la vista”
¿Nos damos cuenta? En la calle, en el autobús encontramos cada vez mas gentes interconectadas y aisladas del ruido urbano por medio de sus mp3, ipod, móviles y demás artilugios tecnológicos. Vemos a gente gesticular y que parece hablar sola a voz en grito pero que en realidad hablan por medio del discreto interfono de móvil con un interlocutor anónimo. Público y privado a la vez, casi una situación surrealista cuando coinciden en una parada dos personas que hablan con el manos libres casi enfrente una de otra y sin embargo hablan cada cual de sus cosas con sus respectivo/as interlocutores/as. Es verdad que a veces los ruidos de la calle son molestos, las obras, los coches, las motos, la carga y descarga de mercancías, etc. Pero lo paradójico es que estas tecnologías que nacieron para facilitarnos la comunicación también nos aíslan y nos encapsulan en burbujas de incomunicación, no propiciando la comunicación con las personas reales de carne y hueso, dificultándonos ejercer el sano acto de saludar y hablar incluso con desconocidos. Hay quienes hablan de la “generación pulgar”, nacida, crecida y “educada” en pleno auge de la tecnología móvil e internet, del ipod y del iphone, del plasma y la TDT.
Yo era de los que usaban el mp3, sobre todo cuando iba en bicicleta por mis trayectos urbanos. Ahora lo soporto menos. Apenas si aguanto algunas canciones porque al poco rato necesito mi “dosis” del ruido real de la calle o el gorgoteo urbano. Me imagino cazando palabras y conversaciones al vuelo como un cazador de mariposas. Atento y despierto, ficcionando e imaginando relaciones imposibles, exprimiendo las sensaciones hasta licuar una pequeña frase, un metaforismo, un haiku, una fotografía, una imagen sobre la que reflexionar a lo largo del día.
“Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar” Machado tenía razón: hacemos camino cuando regamos el pensamiento al caminar. Movemos las piernas y pinchamos a las neuronas para que se despierten de su letargo rutinario. Si los pensamientos se aceleran, nuestros pasos también, nuestros ojos ven más y nuestros oídos alcanzan mayores y sutiles registros. Y cuando nuestros sufridos pies pidan clemencia, regalarnos un descanso, un café, una charla desenfadada con el camarero o leer la prensa tal vez, encontrar un artículo o tema interesante y ver si mis pensamientos han ido más o menos lejos que mis pasos.
Y me despido con un breve "antojiku" sobre el caminar.
se volvió sobre sus pasos
mas erró el camino
ni él ni el sentido
eran ya lo mismo
6 comentarios:
A mi marido y a mí, nos gusta ese pasear sin rumbo fijo y siempre encontramos motivos para el comentario,la risa o el asombro. Lástima que la enana aún no encuentre placer en eso del paseo por el paseo: ella tiene que ir siempre a algún sitio (preferentemente el parque) si no, no entiende eso de andar sin rumbo :)
Por cierto, precioso paseo por tu barrio.
Besos
Gracias Nanny, te debo un paseo si no por tu barrio (¿?) al menos por tu blog.Saludos.
Me parece un paseo tan excelente como sugerentes tus palabras al describirlo.
Me ha gustado descubrir este espacio.
Un abrazo
Por casualidad he encontrado este artículo dando un salto desde el twitter. Me encantó la comparación del deambular por la vida, por los próximo y por este barrio sevillano y que sea de la mano literaria de mi admirado Antonio Muñoz Molina @amuñozmolina
Sigue con tus paseos y escríbelos como lo haces. Gracias.
Gracias Juan por tu comentario. No recuerdo bien a raíz de qué recomendé el post a un amigo y lo rescaté enlazándolo en twitter.Ahora, lamentablemente no puedo deambular como yo quisiera: estoy con el tobillo partido y tengo que desplazarme con muletas. Y un placer que mi deambular llegue tan lejos....
encantado de que arrives por estas ínsulas perdidas de la blogosfera.
¡qué ganas me han entrado de deambular! es curioso, porque me has llevado por el mismo recorrido que hago todos los dias para ir al trabajo, mañana lo miraré con otros ojos... a ver si encuentro al señor de los trenes.
Como siempre, precioso lo que escribes, Manuel, sabes meternos en tus palabras.
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