lunes, 22 de agosto de 2011

Colores del fin del mundo ( y II)

"Beato de Liébana" Las langostas fantásticas y el ángel del abismo (f.171v)Imagen de Wikimedia Commons
Este post puede considerarse continuación de la serie iniciada tiempo atrás sobre el mundo de los colores con el post "Cuando los colores tenían magia(I)". Recientemente, de paso por la comarca lebaniega, pude volver a ver en la villa de Potes una magnífica exposición de facsímiles de los llamados "beatos", por el Beato de Liébana, monje que inició e inspiró esta serie de libros maravillosamente miniados. Vaya por delante que no me mueve ningún interés religioso, sino el meramente artístico y documental. Antes que nada, tres breves indicaciones para situar el post y la historia:

1)Cuentan las crónicas que hacia el año 75 de nuestra era, en su destierro de la isla de Patmos, el apóstol San Juan escribe el Apocalipsis, en el que narra una serie de visiones sobre los aterradores sucesos que acarrearán al final de los tiempos...

2)700 años más tarde un monje de la comarca de Liébana (para que os situéis, conjunto de valles en el corazón de Cantabria, al abrigo de los impresionantes Picos de Europa) llamado Beato, escribe un libro titulado "Comentarios al Apocalipsis" para explicar e ilustrar con sobrecogedoras imágenes el hermético texto de San Juan.

3) El Apocalipsis se convirtió en un libro de obligada lectura en muchos monasterios en la alta Edad Media, entre otras cosas porque hacía descripciones muy precisas -y con total convencimiento- de cómo las "fuerzas del mal" se apoderarían de la tierra e iban a propiciar un inminente "fin del mundo", que tenía como fecha concreta el año 1000, donde se produciría el "reinado de Satanás". Hay que aclarar que en tiempos del Beato se pensaba que esos mil años se cumplían hacia el año 800 de nuestra era.


Beato de Liébana
"Mujer sobre la bestia" (f.72v)-Imagen Wikimedia Commons

Desde el punto de vista artístico, los beatos van a servir de modelo para los artistas que esculpían los capiteles y pintaban los murales de las iglesias. La temática de las ilustraciones del Apocalipsis van a construir el soporte argumental de la religiosidad del periodo románico durante los siglos XII-XIII e incluso algunos temas se colarán en el gótico. Estilísticamente se observa también una notable influencia en el dibujo esquemático de rostros con grandes ojos almendrados que prendarían al mismísimo Picasso e incluso podemos rastrear su influencia en muchos de sus dibujos y pinturas en su camino hacia el Cubismo, como este famoso autorretrato.

Autorretrato- Pablo Picasso (1907)
Pero lo que me interesa en este post son los colores y de ellos quiero hablar. En la mencionada exposición había una vitrina con los útiles y materiales empleados en la elaboración de estos manuscritos: raspadores y pellejos para fabricar los pergaminos, plumas, pinceles, tintas (por cierto y hablando de tintas, no hace mucho hablé de ellas en este reciente post, a propósito de Newton) y frascos con pigmentos naturales.

Investigando, investigando lo escrito sobre el tema y los datos disponibles en el cataloguillo de la exposición, encontré cierta información sobre los colores empleados por los llamados "iluminadores" ( intervenían también los encuadernadores y los copistas) en la elaboración de estas sorprendentes ilustraciones. Magius, que iluminó el beato de monasterio leonés de San Miguel de Escalada, escribió estas palabras:
"En su ornato, intercaladas entre las maravillosas palabras de las historias, he pintado estas pinturas, siguiendo su serie, para que aquellos que están enterados sientan terror ante el futuro y la venida del Fin del Mundo".

Da un poco de yuyu ¿a qué sí?. Pues imaginen el miedo y angustias que sembrarían los textos y las imágenes en la población ya de por sí angustiada por mil y una calamidades: pestes, epidemias, guerras, hambrunas, etc. Y encima la iglesia, metiendo cizaña. No sigo por ahí que me caliento...

Volviendo a los colores, éstos se sacaban de pigmentos minerales molidos, salvo el negro que solía ser de carbón. Se aglutinaban con clara de huevo, una técnica que en arte se conoce como "temple".
- El blanco de plomo o albayade, obtenido al someter a la acción del vinagre láminas de plomo.
- El azul era el más costoso. El de malaquita se extraía de esta piedra verde, pero el ultramar procedía del exótico y preciado lapislázuli, que venía de Oriente: Persia o Afganistán, tal vez.
- El verde se extraía a través de la oxidación del cobre.
- El amarillo se extraía bien por oxidación del plomo, bien de la planta del azafrán.
- El rojo se obtenía por varios procedimientos. El bermellón se obtenía del sulfuro de mercurio, pero el más utilizado era el tono anaranjado (precioso, doy fe) conseguido con óxido de plomo, denominado "minio", de dónde proceden los términos "miniado" y por extensión, "miniatura", como también se conocen estas ilustraciones religiosas.
- Cuando se incluía el "pan de oro" (a la iglesia siempre le han fascinado los oropeles, para qué negarlo) se preparaba el pergamino con yeso mate y se colocaban los finos panes de oro. Para bruñir el oro se empleaba la piedra de ágata o un diente de animal.
En fin, estos colores obtenidos casi por arte de magia aplicados sobre estas potentes y "pedagógicas" ilustraciones, debían servir para "instruir" a la "iletrada" plebe sobre el inminente "fin del mundo", como aconsejaba Magiu. Desde entonces el género de la literatura apocalíptica, surgido en el ambiente judaico hacia el siglo II a. C., nunca ha dejado de cultivarse, en las letras, en las ciencias y en el arte. Sólo hay que echar un vistazo a la cinematografía de Hollywood inspirada en invasiones alienígenas , meteoritos letales, explosiones nucleares o hecatombes varias. Hoy día son otros los colores y otros los oropeles con los que nos venden la moto y sobre todo, la gasolina. Hemos asitido a sucesivos fines del mundo de hordas de cristianos, mayas, nostradamus, sectas catastofístas del juicio final y agoreros de todos lo pelajes. Pero esto es otra historia...de este mundo. En fin...

martes, 2 de agosto de 2011

Hokusai y el gran pedo del viejo Cézanne

La montagne St. Victorie -Paul Cezanne (1904)

Recordando mis tiempos de aprendiz (que por cierto, nunca he dejado de serlo) en la decimonónica - y por otro lado efervescente- Escuela de Bellas Artes de Sevilla de los primeros años 80, recuerdo aquellas tardes en las que, resignado, tenía que ir a pintar -caballete y maletin en mano- a parques, plazas y jardines para la asignatura llamada de "paisaje", a luchar con el "motivo" y contra elementos, humanos (profesorado incluido) y naturales (viento, lluvia, etc.). Una vez, una tarde de mucho vendaval, uno de mis lienzos se soltó de las agarraderas del caballete y se fué literalmente rodando por una concurrida plaza hasta estamparse en los pantalones de un infortunado transeunte. Huelga decir que la pintura estaba fresca...y me quedó un bello cuadro abstracto. En definitiva, nunca me gustó la pintura de caballete y menos al aire líbre, aunque respeto a quienes honestamente la ejercen.

Anécdotas muchas, de transeuntes que con mejor o peor intención se permitían opinar sobre el lienzo que estabas pintando, que si esos colores, que si esas manchas, que si nadie pinta como antes, que si el gran Murillo, que si bla, bla, bla. Incluso había quienes, indignados que a su Giralda la llenasen de colorines, se atrevían a cogerte el pincel y dar unos "toques" aquí y allá. "¿Ves, hay que valorar el tono de la piedra con una grisalla, ¿Dónde ves esos naranjas y azules, por dios , que no estamos en carnaval? etc, etc..." Y uno , resignado o malévolo, se dejaba hacer...

Recién se apartaba el "corrector" espontáneo (a veces, también en la figura de mi profesor) y se iba contento con su "gran" obra, borraba su insulsa grisalla y ponía de nuevo mi flamante amarillo indio en las luces, mi toque de mediterráneo azul ultramar en las sombras. Y si recuerdo todo esto aquí y ahora es porque no hace mucho releyendo un pasaje de "Avant et Après" del "salvaje" Gauguin, me encuentro con esta oportuna y parecida anécdota acaecida tiempo ha al gran y viejo maestro Cézanne, que no tiene desperdicio, sobre todo al final, ya se pueden imaginar:

"Cézanne está pintando un paisaje rutilante; fondos ultramar, verdes fuertes, ocres que resplandecen; los árboles se alinean, las ramas se entrelazan pero dejan ver no obstante la casa de su amigo Zola [...]. Está en el Médan.
Pretencioso, el horrorizado paseante contempla lo que considera una lamentable mezcolanza de amateaur y, sonriendo profesoral , le dice a Cézanne:
- Usted pinta.
- Desde luego, pero no mucho...
- Ah ! ya lo veo; yo soy un antiguo alumno de Corot y, si me permite, con unos toquecitos mañosos le pongo todo esto en su sitio. Los valores, los valores...no hay nada más...
Y el vándalo reparte impúdicamente sus tonterías por el magnífico lienzo. Grises sucios cubren las sedas orientales.
Cézanne exclama:
- Monsieur, tiene usted suerte, me imagino que cuando pinta usted un retrato le pone el mismo brillo a la punta de la nariz que a la pata de una silla.
Cézanne recupera la paleta, rasca con un cuchillo toda la basura de Monsieur.
Y, tras un momento de silencio, se tira un pedo formidable y volviéndose hacia Monsieur, dice:
¡Ah, qué alivio ! "

La genial y escato(lógica) respuesta de Cézanne bien sería digna de un maestro Zen. Y a tener en cuenta cada vez que uno inicie discusiones filisteas sobre problemas de arte que se plantean mal desde el principio y acaban peor. Así que, para terminar y redondear el post que comenzaba con la majestuosa montaña de St. Victoria en la Provenza francesa, lo termino con otra montaña de arte, que será vista e inmortalizada como la montaña de Hokusai (inspirador por cierto de más un pintor impresionista y habitante de lujo en mi museo imaginario): el venerado Monte Fuji...Lo dicho ¡ qué alivio !