
No debería quejarme. Decidí crear un blog en una isla. Y una isla tiene lo que tiene: está rodeada de agua. Agua metafórica, pero agua. Y uno está sólo en su isla. Metafóricamente sólo. Sólo y rodeado de agua. Sólo no, están las iguanas y están los cangrejos y tortugas, animales listos e inteligentes en su terreno. Estaban antes de que yo decidiera venir y con seguridad estarán cuando decida abandonar este lugar. Éste es, a fin de cuentas, su lugar. ¿Es el mío? Decidí habitar la isla y ponerle nombre para situarla en mi cartografía vital. Soy un intruso, un marinero encandilado por el canto de sirena tropicodigital que huye de las luminarias y artefactos de la gran ciudad ¿Qué importa eso? ¿De qué sirve ponerle un nombre a algo que pesa menos que el aire? ¿Podría escribir para recibirme a mí mismo como spam? ¿Cómo sé que la realidad es real? Sin espectador no hay obra de arte. La mirada construye, reconstruye, termina la obra. Sin miradas no hay arte.
Y sin embargo, eso hice. Poner un nombre y habitar-construir-imaginar un lugar de ese inmenso océano digital de lugares y no lugares que es internet.¿Es internet un lugar? ¿un no-lugar? Ya expliqué por qué lo hice. Necesidades que se tienen. Escribir -de un tiempo a esta parte- se ha convertido en una necesidad, como antes la tenía de embadurnar cuadros. Necesidad compulsiva de contar historias, como otras personas tienen -tambien yo- de poner imágenes, de poner vídeos, de poner arte, de conectar con gentes, con grupos, con multitudes de perfiles y de cuentas de gmail, tuenti, facebook, Messenger, twitter, blogger,…. ¿Necesidad? ¿ A quién le importa, mas allá de ultramar, que yo tenga una necesidad? A las iguanas o las tortugas, tal vez. Llega un momento en que las necesidades se reducen a lo esencial. Te levantas y te sorprendes de seguir vivo, de lo que eres capaz de luchar por seguir vivo. Daría igual tener sólo papel y bolígrafo y escribir haikus cada día. Daría igual escribir un diario o no. Incluso el valioso papel (en situaciones de urgencia evacuatoria) correría peligro. Lo esencial sería llenar el tiempo a la vez que me vacío de lastre continental. Pero en una isla ¿Cómo lo hago? ¿Tiene sentido? Podría intentar crear una red social entre las tortugas y las iguanas, hacerlas partícipes de la revolución digital, de los importantes cambios sociales y tecnológicos que se avecinan. Les hablaría del calentamiento global y de la capa de ozono. Les contaría miles de historias de cómo nuestro mundo en tierra firme está cambiando, les hablaría de internet, del mundo digital, de la blogosfera, del wi-fi, de las facturas de móvil, del spam, de los virus, de tarifas planas y de alta definición , del software libre y de la brecha digital….¿Le encontrarían sentido?
No me extraña que los barcos (esas visitas fugaces que registran los contadores) se alejen: esta isla puede que no tenga nada, que no sea nada. Hasta es posible que ni exista en sus mapas. Y si no está en los mapas no es escala, no es ruta, no es destino porque no existe, al igual que si no sales en el telediario o no te aceptan como amigo en facebook, tampoco existes. Si no te llaman a todas horas al móvil o no te envían 5 sms por minuto, tampoco existes. Si te quedas sin saldo o sin cobertura, tampoco existes. Si no te mandan un powerpoint “al por mayor” de esos de paisajes espectaculares o frases célebres o de buena intenciones por navidad… tampoco existes. Puedo gritar, subirme a una palmera o encender una hoguera y preguntarme si brillan las estrellas cuando no las miro. Da lo mismo, no existo. Y si no existo, no debería quejarme. Sería una simple queja, una queja inexistente.
Y sin embargo, eso hice. Poner un nombre y habitar-construir-imaginar un lugar de ese inmenso océano digital de lugares y no lugares que es internet.¿Es internet un lugar? ¿un no-lugar? Ya expliqué por qué lo hice. Necesidades que se tienen. Escribir -de un tiempo a esta parte- se ha convertido en una necesidad, como antes la tenía de embadurnar cuadros. Necesidad compulsiva de contar historias, como otras personas tienen -tambien yo- de poner imágenes, de poner vídeos, de poner arte, de conectar con gentes, con grupos, con multitudes de perfiles y de cuentas de gmail, tuenti, facebook, Messenger, twitter, blogger,…. ¿Necesidad? ¿ A quién le importa, mas allá de ultramar, que yo tenga una necesidad? A las iguanas o las tortugas, tal vez. Llega un momento en que las necesidades se reducen a lo esencial. Te levantas y te sorprendes de seguir vivo, de lo que eres capaz de luchar por seguir vivo. Daría igual tener sólo papel y bolígrafo y escribir haikus cada día. Daría igual escribir un diario o no. Incluso el valioso papel (en situaciones de urgencia evacuatoria) correría peligro. Lo esencial sería llenar el tiempo a la vez que me vacío de lastre continental. Pero en una isla ¿Cómo lo hago? ¿Tiene sentido? Podría intentar crear una red social entre las tortugas y las iguanas, hacerlas partícipes de la revolución digital, de los importantes cambios sociales y tecnológicos que se avecinan. Les hablaría del calentamiento global y de la capa de ozono. Les contaría miles de historias de cómo nuestro mundo en tierra firme está cambiando, les hablaría de internet, del mundo digital, de la blogosfera, del wi-fi, de las facturas de móvil, del spam, de los virus, de tarifas planas y de alta definición , del software libre y de la brecha digital….¿Le encontrarían sentido?
No me extraña que los barcos (esas visitas fugaces que registran los contadores) se alejen: esta isla puede que no tenga nada, que no sea nada. Hasta es posible que ni exista en sus mapas. Y si no está en los mapas no es escala, no es ruta, no es destino porque no existe, al igual que si no sales en el telediario o no te aceptan como amigo en facebook, tampoco existes. Si no te llaman a todas horas al móvil o no te envían 5 sms por minuto, tampoco existes. Si te quedas sin saldo o sin cobertura, tampoco existes. Si no te mandan un powerpoint “al por mayor” de esos de paisajes espectaculares o frases célebres o de buena intenciones por navidad… tampoco existes. Puedo gritar, subirme a una palmera o encender una hoguera y preguntarme si brillan las estrellas cuando no las miro. Da lo mismo, no existo. Y si no existo, no debería quejarme. Sería una simple queja, una queja inexistente.
(Ilustración:fotografía de mi serie de "Poemas visuales")