martes, 3 de noviembre de 2009

Deathbook: larga vida online

Papiro egipcio del Libro de los Muertos

No es casualidad que noticias como ésta salten en señaladas fechas de “tosantos”, flores y cementerios. La muerte es un negocio “floreciente” como bien saben las funerarias y aseguradoras en nuestro país. Y lógicamente también es negocio – como casi todo- en Internet. Lo leía este fin de semana en El País Semanal en el artículo de Cristóbal Ramírez titulado “Facebook desde la tumba” de donde extraigo este párrafo
“…existe vida (online) más allá de la muerte. Las redes sociales han conseguido lo imposible. Éste es el panorama en los últimos años: personas de todas las edades que se queman las pestañas frente a sus blogs y fotologs, que están enganchados al Twitter, que dan cabezadas ante el Facebook, que exhiben sus pensamientos, sus aficiones, sus enfados, su odio al jefe, los tonteos con el ligue? Su vida. El diario ya no se esconde en el último hueco de la mesita de noche, sino que está en Internet a la vista de todos. Y tenía que ocurrir: algunos de los usuarios están muriendo. Cientos de relaciones virtuales se esfuman. La red social queda en un limbo. Por eso hay quien reivindica el derecho a preparar la muerte como quien prepara la vida. Desde Internet. Es el fenómeno Deathbook”
Ciertamente el fenómeno te deja pensando. ¿A dónde irá a parar la agitada vida digital de miles, millones de usuarios que tarde o temprano dejan esta vida real? ¿Qué será de todos esos retales y rastros de vidas virtuales (tus historias, archivos, correos, comentarios, contraseñas, fotos, vídeos, etc.) que has ido dejando en sitios como Facebook, Twitter, MySpace, blogs, gmails, hotmails y demás redes, servicios o lugares virtuales? ¿Qué vida online les esperan? Como ya hicieran los egipcios en el albor de los tiempos, hoy mucha gente previsora no quiere dejar la casa sin barrer y busca la ayuda de “servicios” especializados en gestionar su “continuidad” no en el más allá sino en la red y en la virtualidad de internet para que su abandono físico de este mundo al menos esté compensado con una larga y ordenada “presencia” online.

Porque de eso se trata, del viejo y ansiado fantasma de la inmortalidad: prolongar la vida más allá de nuestras limitaciones físicas y biológicas. Lo que los cosméticos y la cirugía no pueden sino maquillar, Internet lo sirve en bandeja de plata: la inmortalidad a un módico coste mensual o anual, dependiendo del tipo de inmortalidad o
testamento virtual que desee el cliente y por supuesto, de su cartera.

El asunto tiene su lado macabro, aunque imagino que también tendrá o podrá tener su lado bueno. Como el caso reciente ( no ya virtual, cierto) de la niña que después de morir dejó como testamento notitas de agradecimiento a sus padres y hermanos escondidas por toda la casa y que parece ser , van a ser ( o han sido ya) editadas en un libro para recaudar fondos contra el cáncer. Tal vez no de la misma forma y con el mismo sentimiento, pero muchas personas ven que pueden utilizar la omnipresencia de Internet y las redes sociales en nuestras vidas para legar también a la posteridad mensajes, epitafios y recordatorios a los suyos por medio de estos negocios “funerarios” virtuales tipo Deathbook. Un hijo X puede escuchar o ver en vídeo a su padre fallecido felicitándole puntualmente para su cumpleaños en facebook o darle instrucciones para llevar adelante el negocio familiar o tal vez aconsejándole acerca de la conveniencia de determinadas compañías. O bien, una persona Z puede revelar un secreto largamente ocultado a sus allegados más íntimos o simplemente gastar bromas “de ultratumba” o buscar la provocación, continuando "virtualmente" su pasado bromista o transgresor en la vida real . Por supuesto, también -como no- hacer testamentos virtuales apoyados por toda la parafernalia digital: Blogs, videos confesionales, fotos, documentos, legados, deseos, etc. Todo vale, tanto en la viña del señor como en este pañuelo sin bordes y sin lágrimas que es Internet. Lo dicho, larga vida online.

2 comentarios:

Pedro Villarrubia dijo...

Raro es que hasta ahora no hubiesen reparado en los pingües beneficios que produce la muerte.

Y no parece extraño que el anuncio de Facebook coincida con el de que "la Iglesia Católica no está de acuerdo con esparcir las cenizas de difuntos"

Tema complejo, y desde hace miles de años: trascender, hacerme una pirámide, escribir un libro, pintar un cuadro, plantar un árbol, tener un hijo…

¿Escribo esto para que me lean cuando ya no esté? ¿ganará alguien algo en el futuro vendiendo mis recuerdos online? ¿servirá de algo?

¿No es esto como aventar cenizas en un espacio intangible?


No lo sabemos, Manuel. Desde que a alguien se le ocurrió manchar una pared, hacer incisiones en la piedra, escribir una historia en un trozo de piel, supongo que ya esperaba dejarlo ahí cuando se fuera.

Ayer, desde 2000 kilómetros, mi hermana Belén comentó en mi blog. Podría haber sido también un correo, un sms, una llamada, una carta, pero ahí quedaron escritas unas frases de cariño personales. Me emocionan. Un abrazo.

Manuel dijo...

Gracias Pedro por tu comentario. Ciertamente, vamos dejando huellas de nuestro paso por este mundo. Las más tangible quizá, nuestros propios hijos/as. Luego, están los artefactos y las (muchas o pocas) pertenencias que nos sobreviviran. Lo que me llamó la atención es tal vez ese lado oscuro y perverso de las tecnologías capaces de atraversar las delicadas fronteras éticas y morales.
Pero como dices, tiene su lado bueno: acercan a la gente, facilitan que estemos en contacto y compartamos nuestras alegrías y también nuestras miserias. Sin ir más lejos, un viejo conocido de mi época estudiantil (de aquellos años locos y bohemios de un joven estudiante de arte) me reencuentra a través de mi blog por medio de un amigo en común y comienza a enviarme fotos en un nostálgico blanco y negro donde aparecíamos mi amigo y yo. Era como devolverme una imagen que casi había olvidado ya que vivíamos tan intensamente y tan al día que apenas nos quedaba tiempo o dinero para hacernos fotografías.
Saludos.