De un tiempo a esta parte las aguas que rodean esta ínsula son mas amargas que dulces. Hay momentos en la vida en que suceden cosas, cosas importantes, cosas que marcan un antes y un después en la forma de ver y sentir el mundo. Cosas que tal vez le sucedan -tarde o temprano, esperada o inesperadamente- a todo el mundo. Me refiero al vacío y al punzante dolor que dejan las ausencias, los silencios de nuestros seres queridos. Las lágrimas de la felicidad son dulces pero las del dolor, amargas.
Porque la idea o el sentido de la muerte tiene muchas caras. Es poliédrica en su concepto y no todas las culturas y pueblos la viven, celebran, dramatizan o conmemoran de la misma manera. Pero no me interesa ahora esa parafernalia. De lo que quiero hablar es precisamente de ese amargo vacío, ese extraño retortijón que te produce el dolor de una ausencia, la presencia de un doloroso vacío.
Uno puede sobrecogerse ante la contemplación majestuosa e infinita de la bóveda celeste o abrumarse ante la inmensidad y vaciedad de un desierto, pero la sola visión de aquella habitación "llena" de vida ausente me ha hecho tocar casi con los dedos la infinitud del vacío, el verdadero e invisible dolor de la muerte.
Nunca creí que me sucediera esto. No soy creyente ni profeso religión alguna ni pienso en paraísos ni reencarnaciones. Sólo sé que me sorprendo a mi mismo viendo cómo una extraña porción de mi conciencia se niega a creer que la muerte te arrebate para siempre a un ser querido. Quedan los lugares, los espacios, los objetos, las voces, los ruidos....que te hablan, te susurran cosas con su amargo y definitivo silencio.
Como en la imagen que ilustra el post, veo aún sus gafas y aquella vieja máquina de coser Singer que mi madre tuvo tantos y tantos años, no la que tenía ahora más moderna. Cierro los ojos y escucho el omnipresente ruido del pedal y la rueda de la máquina que recuerdo como gran parte de la banda sonora de mi vida. Veo el ovillo de hilo y en él , el hilo de Ariadna que me ha sacado de tantos laberintos, que me trajo al mundo, me dio un nombre, me cuidó, me vistió, me alimentó y estuvo siempre cerca en las duras y en las maduras, en la cercanía y en la distancia...
Como dolorosos pespuntes en mi conciencia, repaso aquellas cosas que tal vez debí decirle y nunca le dije, en las cosas que en algún momento o circunstancia de mi vida le hicieron daño, en mis largas ausencias, en mis propios silencios...
Como a la velocidad que cosía la vieja singer de mi madre, mis pensamientos y mejores recuerdos viajan hilvanando una imagen tras otra y dejando el traje de su vida y su recuerdo inmaterial definitivamente cosido a mi piel...
El pasado día 11 de Julio los ojos maternos que me vieron nacer se cerraron para siempre.