Dicen que una imagen vale mas que mil palabras. Puede que en contadas ocasiones sea cierto, esta vez no. Una foto es la crónica, la miniatura congelada de una décima de segundo, el tiempo que tarda en disparase y registrase la imagen. Pero siempre hay un antes y siempre hay un después. Crónicas que merecen o no contarse. No hace mucho acompañé a mi progenitor - campesino, trabajador de la tierra desde que tenía uso de razón- a visitar unos terrenos de cultivo,que por circunstancias de la vida, llevaban varios años sin labrar, abandonados a su suerte, a los jaramagos (era primavera tardía) y a los pájaros del campo. Tierras que llegaron a él pasadas de mano en mano de sus padres y a éstos ,a su vez ,de lo suyos.
Estuvimos los dos en silencio - padre e hijo- sin decirnos nada. Puede que fueran minutos puede que fueran horas. Quién sabe. Fue una medida del tiempo difícil de cronometrar por las horas de un reloj. Pude ver la tristeza en sus ojos, pude adivinar lo que le pasaba por la cabeza a mi padre. Imaginé cómo, ante él, estarían desfilando a velocidad de crucero todos esos momentos, todos esos instantes, horas , días y años que dedicó a sacar fruto y ganancia de ésta y otras tierras. Él, ya viejo, ya jubilado e inválido viendo, hasta donde le alcanzaba la vista y la memoria, cómo se ha consumido ya su tiempo y su esfuerzo presintiendo -con razón- el fin de un ciclo, el fin de una forma de vida pegada a la tierra, a sus luces y sus sombras.
Y a su vez, yo en silencio a su espalda, pre-sintiendo ante mí esa misma ráfaga de la memoria, soplándome con fuerza en la cara, la misma que cuando era pequeño me daba en estas mismas tierras cuando tomaba un respiro de las arduas, pesadas y repetitivas tarea agrícolas: cuando la poda, cuando la recogida de sarmientos, cuando hacíamos el "cisco" para tener lumbre en casa, cuando la vendimia, cuando....
Yo entonces era un niño que soñaba siempre estar en otra parte.
Han tenido que pasar cuarenta años para ahora sentir esto. Allí, en silencio de pájaros e insectos, perdido en un tiempo sin tiempo, hasta que mi padre con un lacónico " ¡Vámonos!" puso fin a ese silencio y a la crónica de ese instante. No hablamos durante el trayecto de vuelta al pueblo . A decir verdad, nunca hablábamos mucho.
Estuvimos los dos en silencio - padre e hijo- sin decirnos nada. Puede que fueran minutos puede que fueran horas. Quién sabe. Fue una medida del tiempo difícil de cronometrar por las horas de un reloj. Pude ver la tristeza en sus ojos, pude adivinar lo que le pasaba por la cabeza a mi padre. Imaginé cómo, ante él, estarían desfilando a velocidad de crucero todos esos momentos, todos esos instantes, horas , días y años que dedicó a sacar fruto y ganancia de ésta y otras tierras. Él, ya viejo, ya jubilado e inválido viendo, hasta donde le alcanzaba la vista y la memoria, cómo se ha consumido ya su tiempo y su esfuerzo presintiendo -con razón- el fin de un ciclo, el fin de una forma de vida pegada a la tierra, a sus luces y sus sombras.
Y a su vez, yo en silencio a su espalda, pre-sintiendo ante mí esa misma ráfaga de la memoria, soplándome con fuerza en la cara, la misma que cuando era pequeño me daba en estas mismas tierras cuando tomaba un respiro de las arduas, pesadas y repetitivas tarea agrícolas: cuando la poda, cuando la recogida de sarmientos, cuando hacíamos el "cisco" para tener lumbre en casa, cuando la vendimia, cuando....
Yo entonces era un niño que soñaba siempre estar en otra parte.
Han tenido que pasar cuarenta años para ahora sentir esto. Allí, en silencio de pájaros e insectos, perdido en un tiempo sin tiempo, hasta que mi padre con un lacónico " ¡Vámonos!" puso fin a ese silencio y a la crónica de ese instante. No hablamos durante el trayecto de vuelta al pueblo . A decir verdad, nunca hablábamos mucho.
1 comentario:
En este caso la palabra dijo mucho, muchísimo más que la imagen.
Gracias por este ejercicio de sinceridad y por compartir sentimientos que son tan tuyos, Manu, pero que todos podemos comprender porque estamos viviendo cosas muy parecidas.
Abrazo.
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