Fotografía: Photobucket
De pequeño soñaba con descubrir los grandes misterios del mundo. Recordando que una vez siendo niño (en el "fondo" lo seguía siendo) arrojó una piedra al fondo de un oscuro pozo y no llegando a escuchar durante horas y horas el ruido del impacto, dedujo con toda la lógica del mundo que el pozo atravesaría la tierra de cabo a rabo. Siendo un científico célebre y longevo volvió a aquel pozo de su infancia y se preparó para el viaje final de su vida: reposar bajo tierra, mejor dicho, en el centro mismo de la Tierra.
Por sus cálculos matemáticos, daba por supuesto de que el pozo estaría lleno de aire y que la caída no sería tan brusca puesto que una vez que el cuerpo alcanzara una cierta y calculada velocidad terminal, la resistencia del aire le impediría seguir acelerando. La inercia le haría atravesar el punto central del gigantesco túnel terráqueo, superarlo y seguir cayendo (o ascendiendo , pensaba él, si alguien lo intentara desde el Polo Sur). Dedujo además que el punto en el que se detendría para volver a caer hacia el centro del planeta sería cada vez más cercano a éste.
Lo había repasado bien. Habían sido años de estudios en la prestigiosa Universidad de Gotinga, cuna de las mas ilustres mentes matemáticas de todos los tiempos. Había escuchado una y otra vez decir que si llegas a la velocidad “c”, te conviertes en energía. Eso, para el octagenario investigador no tenía nada de científico ni concordaba con sus observaciones con respecto a la caída de los objetos en un AN, no hay ni masa infinita ni transformación en energía.
Mientras tanto, ideas y reflujos de ideas le pasaban por la cabeza a velocidad de vértigo:
(1) Supongamos que estás en caída libre, la velocidad aumenta para la referencia externa (quien te mira desde afuera), pero en tu cápsula, sin mirar el exterior (referencia externa), no verás que tu reloj marcha más lento (como algunos piensan), tampoco sabrás si estás en caída libre o flotando en el espacio.
(2) Un cuerpo humano cayendo en caída libre desde un avión se acelerará debido a la gravedad, pero en su rozamiento con el aire la fuerza de resistencia al avance del viento crece con el cuadrado de su velocidad de caída. Por eso si puede abrir un paracaídas, al aumentar drásticamente la superficie que se opone al viento la "velocidad límite" se reduce y es límite porque no seguirá acelerando y bajará con velocidad constante o uniforme. Cuando no abre paracaídas tal condición la alcanza en los 200 km/h aproximadamente, dependiendo de la posición en que se ubica y si tiene algún traje especial para volar mientras cae, etc, etc, etc...
Finalmente, tras sus muchas disquisiciones, estaba convencido de que quedaría en ingrávido y perpetuo reposo en el centro de la Tierra (al menos hasta que a otro "iluminado" se le ocurriese saltar al pozo y lo arrastrara en su vertiginosa caida). Era su sueño. En las crónicas del lugar hablaron de suicidio… lo cierto es que nunca apareció su cuerpo, sólo un montón de apuntes dispersos en su vieja pensión.
Por sus cálculos matemáticos, daba por supuesto de que el pozo estaría lleno de aire y que la caída no sería tan brusca puesto que una vez que el cuerpo alcanzara una cierta y calculada velocidad terminal, la resistencia del aire le impediría seguir acelerando. La inercia le haría atravesar el punto central del gigantesco túnel terráqueo, superarlo y seguir cayendo (o ascendiendo , pensaba él, si alguien lo intentara desde el Polo Sur). Dedujo además que el punto en el que se detendría para volver a caer hacia el centro del planeta sería cada vez más cercano a éste.
Lo había repasado bien. Habían sido años de estudios en la prestigiosa Universidad de Gotinga, cuna de las mas ilustres mentes matemáticas de todos los tiempos. Había escuchado una y otra vez decir que si llegas a la velocidad “c”, te conviertes en energía. Eso, para el octagenario investigador no tenía nada de científico ni concordaba con sus observaciones con respecto a la caída de los objetos en un AN, no hay ni masa infinita ni transformación en energía.
Mientras tanto, ideas y reflujos de ideas le pasaban por la cabeza a velocidad de vértigo:
(1) Supongamos que estás en caída libre, la velocidad aumenta para la referencia externa (quien te mira desde afuera), pero en tu cápsula, sin mirar el exterior (referencia externa), no verás que tu reloj marcha más lento (como algunos piensan), tampoco sabrás si estás en caída libre o flotando en el espacio.
(2) Un cuerpo humano cayendo en caída libre desde un avión se acelerará debido a la gravedad, pero en su rozamiento con el aire la fuerza de resistencia al avance del viento crece con el cuadrado de su velocidad de caída. Por eso si puede abrir un paracaídas, al aumentar drásticamente la superficie que se opone al viento la "velocidad límite" se reduce y es límite porque no seguirá acelerando y bajará con velocidad constante o uniforme. Cuando no abre paracaídas tal condición la alcanza en los 200 km/h aproximadamente, dependiendo de la posición en que se ubica y si tiene algún traje especial para volar mientras cae, etc, etc, etc...
Finalmente, tras sus muchas disquisiciones, estaba convencido de que quedaría en ingrávido y perpetuo reposo en el centro de la Tierra (al menos hasta que a otro "iluminado" se le ocurriese saltar al pozo y lo arrastrara en su vertiginosa caida). Era su sueño. En las crónicas del lugar hablaron de suicidio… lo cierto es que nunca apareció su cuerpo, sólo un montón de apuntes dispersos en su vieja pensión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario