Hace tiempo que ya no escribía por aquí. En verdad hace
tiempo que "ya no" de muchas cosas. Como casi
siempre sucede por estos lares medianiles de la vida, uno hace o siente las cosas sin
saber si realmente tienen sentido. Como escribir esta crónica, por ejemplo. Ayer fui a visitar un museo, un museo de arte moderno de esos que
cuesta distinguir el mobiliario de las obras de arte. Y además, ubicado en un antiguo monasterio cartujo que luego fue una reconocida fábrica de cerámica sevillana. Al salir noté que había andado mucho,
demasiado. Hace unos días también una pareja de amigos del trabajo me contaba que se habían
pateado los Uffizi y otros museos y galerías de Florencia ...y
una cosa me llevó a la otra, a recordar
algo que una vez le leí a Bernard Shaw
acerca de que alguien debería inventar unos zapatos especiales para visitar museos..
"Zapatos" (1888) Óleo/tela, Vincent Van Gogh
Y en verdad no
estaba equivocada la senda de Shaw , tal
vez sería buena idea alquilar junto a las audioguías unos zapatos inteligentes tales que te lleven en
volandas por los laberintos del arte. Porque el arte se
las trae y hay que encajarlo a veces con un gran calzador. Y si no, que se lo digan a esos miles y miles de turistas estivales que se agolpan cada mañana a las puertas del Louvre, el MoMA o el
Vaticano. Y más si pensamos que un gran
parte de esos turistas colectivos son
contrarrelojistas culturales que tienen
el tiempo marcado a fuego por las
visitas guiadas y que el número de
visitas que pueden llegar a hacer en un día solo es cuestión de plusmarca cultural y deportiva, avalada por
cien megas de tarjeta en cientos de fotos y no
pocos kilómetros de museos recorridos.
Detalle de El modelo rojo (1935-1936) de René Magritte
Como hace tiempo que no escribía … ya me estoy perdiendo. ¿Por
dónde andaba? Ah, si…calzándome los imaginarios zapatos de Shaw. Unos zapatos tales que harían posible el milagro de hacerte contemplar
en un par de horas y sin fatigas diez intensos siglos de arte, con varios bonus track tal vez para arañar unos minutillos más para
engullirse con los ojos a La Gioconda o al Guernica de Picasso, eso sí,
siempre en grata y abultada compañía de plusmarquistas culturales ávidos de records . Eso sin
contar que se pierde un tiempo valioso
si encima el guía te recomienda mirar Las Meninas con un espejo (que casualmente lleva uno bien grande en el bolsillo, todo un detalle) y entonces tú, seducido por la curiosidad, por un momento
formas parte del cuadro en un juego cruzado de miradas entre los personajes del cuadro, el espacio y los observadores
que se sienten a su vez observados por los personales del cuadro y donde siempre hay un daño colateral: tu
preciado y escaso tiempo.
"Polvo de diamante" (1980) Serigrafía de Andy Warhol
Unos zapatos que resistan las idas y venidas, adelante y
atrás del cuadro hasta que llegues a averiguar ( porque la audioguía te está retando y a ti,
vamos, los retos no se te
resisten porque por algo eres un auténtico plusmarquista cultural)
que el caballero aquel
escondido tras una columna al fondo, casi en las bambalinas del cuadro Las Bodas de Caná, es el propio pintor , vamos, el mismísimo Veronese que viste y calza (y pinta, por supuesto) . Y encima te vas y no sabes quienes eran ni
dónde estaban los novios de la susodilla
boda entre tanto gentío, que ya les vale
-piensas- como buen plusmarquista cultural, con la crisis que hay ahora como para montar un sarao como
éste, pagar el vino (no estará Jesús para convertirlo en caldo) y encima terminas la visita y nadie te dice que tardó en pintar el cuadro unos quince meses y que por el recibió como pago su manutención durante todo ese tiempo y un barril de vino, además de unos 324 ducados de oro y que también que sus potentados pagadores (los monjes benedictinos de Venecia) le exigieron que parte de ese dinero lo invirtiera en que los cielos y cierta proporción de los ropajes fuesen pintados con el preciado y "celestial" azul ultramar, a razón de 18 ducados la libra de pigmento. Ahí es nada, que para eso lo traía de las indias de ultramar. Para colmo la obra permaneció durante muchísimo tiempo en el refectorio del monasterio hasta que Napoleón la confiscó en sus cruzadas llevándola a Francia donde se expuso en la primera planta del museo del Louvre. Antonio Canova, un reconocido escultor neoclásico de origen veneciano, negoció la devolución de muchísimas obras expropiadas por Napoleón pero convenció al gobierno italiano para que la obra se conservara en el Louvre, aunque con el tiempo ésta fue devuelta definitivamente a su ciudad de origen, Venecia.
"Las bodas de Caná" de Paolo Veronese
Pero volvamos, volvamos de nuevo a esos zapatos que
diligentemente intentarán evitar
que al salir tengas una confusa mezcla y ya no saber, tras comprar postales y alguna camiseta para los compromisos de
regalos, si aquella Venus era de Rubens o Tiziano, o si la Torre de Babel era de Brueguel el Joven,
el Viejo o el de en medio, que
seguro que también pintaba , o si a aquella Venus de Milo le faltaban los brazos, las piernas o la
cabeza o si era de mármol blanco o pintada
de exuberantes y carnales colores. Es
como cuando ahora tienes que sufrir el suplicio televisivo de ver una película
salpicada de pausas para los anuncios y llega un momento que los actores de la
película se han metido en los anuncios y viceversa, o pasas de una película a otra o a un documental casi sin darte cuenta.
Como expresaría el gran Andrés Rábago ( alias El ROTO) en una de sus lúcidas viñetas “¡Qué claridad de confusión ¡”
Al final, el plusmarquista cultural termina reduciendo su
visita turística a las obras que ya ha visto reproducidas mil veces en los libros de arte
o en
la guía de la ciudad. Del Louvre
te quedas con La Gioconda, la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo. Del
Prado, inevitablemente las Meninas de Velázquez, el Dos de Mayo de Goya o
Jardín de las Delicias de El Bosco. Debes verlas porque si no las ves te dirán que para qué vas a Louvre o al Prado. Y por si alguien aún no te cree, pues entonces te haces el selfie como prueba irrefutable de que, sí, efectivamente, estuviste allí ...
El caso es que muchos museos necesitarían toda un vida entera para recorrerse pues siempre hay algo que descubrir, algo que la última vez pasamos por alto, tal
vez algunas de esas piezas u obras menores o de artistas desconocidos que quedaron
eclipsadas por el imán y fulgor de las
grandes obras maestras. Para quienes están receptivos a estas sorpresas estas obras menores les
dicen mucho más a su sensibilidad que las “all star” del museo.
Mientras tanto no se
inventen estos maravillosos zapatos imaginados por Shaw lo mejor es no abusar y
visitar solo aquellas salas que tus sufridos pies y tus ojos puedan soportar
para que las interferencias no
perturben nuestra experiencia estética. Aún recuerdo la borrachera visual y la
fatiga mental de mis primeras
estancias en la Feria de ARCO.
No he conservado casi ningún
momento especial de aquellos maratones de arte, pero sí del impacto de ver casi en solitario aunque fuesen unos cuantos minutos cuando las pocas visitas ya habían salido, las Cuevas de Altamira o algunos soberbios Caravaggios escondidos en las iglesias de Roma.
A propósito de zapatos, antes al poner en esta entrada un cuadro de las botas de Van Gogh (un autorretrato en toda regla) me he acordado del museo Wallraf-Richartz, que fiel a su filosofía expositiva, organizó una exposición única y exclusivamente con otro de los famosos cuadros de Van Gogh, sus "Par de botas viejas", que lo ubicó en solitario en una sala vacía. Los expertos opinaron que el objetivo de dicha estrategia era generar que el público reflexione y profundice sin interferencias sobre ciertas obras. Mediante el aislamiento de la pintura en una galería y enfatizando su importancia a través de programas creativos, el museo tiene como objetivo que los visitantes se cuestionen sobre las grandes preguntas que la obra plantea: ¿por qué Van Gogh pintó dos zapatos viejos?, ¿de quién eran estos zapatos y qué podrían significar, antes y ahora?, ¿Cuál es la relación del arte con la realidad?, ¿Hasta qué punto la interpretación es siempre subjetiva?, ¿Cuál es el propósito del arte? ¿Qué dirían de nosotros nuestros viejos zapatos pintados?
Par de botas viejas, Vincent Van Gogh
3 comentarios:
Chapeau!
Estimado blogger,
Soy Natalia, Responsable de Comunicación de Paperblog. Tras haberdescubierto, me pongo en contacto contigo para invitarte a conocer el proyecto Paperblog, http://es.paperblog.com, un nuevo servicio de periodismo ciudadano. Paperblog es una plataforma digital que, a modo de revista de blogs, da a conocer los mejores artículos de los blogs inscritos.
Si el concepto te interesa sólo tienes que proponer tu blog para participar. Los artículos estarían acompañados de tu nombre/seudónimo y ficha de perfil, además de varios vínculos hacia el blog original, al principio y al final de cada uno. Los más interesantes podrán ser seleccionados por el equipo para aparecer en Portada y tú podrás ser seleccionado como Autor del día.
Espero que te motive el proyecto que iniciamos con tanta ilusión en enero de 2010. Échale un ojo y no dudes en escribirme para conocer más detalles.
Recibe un cordial y afectuoso saludo,
Natalia
sobre esos zapatos escribió Heidegger y después para rectificarlo Derridá...Shaw escribió sobre zapatos de montaña,que se compró, cuando dejó de ser crítico musical y pasó a serlo de pintura en un prólogo que si quieres puedo ubicar
¡excelente!
Publicar un comentario