domingo, 3 de febrero de 2013

La banda Picasso. Luces y sombras del arte.

Pablo Picasso fotografiado por André Villers con la pistola de Gary Cooper en 1959

En 1907 una noticia aparentemente intrascendente salta en el mundillo del arte parisino: unas estatuillas íberas son robadas del Museo del Louvre. La investigación policial condujo directamente al poeta Guillaume Apollinaire, conocida personalidad de la bohemia parisina e íntimo de la troupe que giraba en torno al mítico Bateau Lavoir de Picasso y sus allegados. Durante el interrogatorio el poeta tuvo que confesar que las estatuillas estaban en posesión del malagueño. La policía comprobó que Apollinaire había dicho la verdad y detuvo a Picasso. Éste se defendió alegando que las había comprado a un anticuario pero que desconocía que habían sido robadas. La policía, conocida ya la fama de Picasso y a pesar de tener antes otros antecedentes en la compra de obras de arte robadas, decide exculparle. Picasso devolvió las estatuillas y ambos, Apollinaire y él, fueron liberados sin más cargos. Cuentan las crónicas que el único que pisó la cárcel fue el secretario del poeta, Honoré-Joseph Géry Pieret, autor material del delito.

Fotografía del Bateau Lavoir donde vivía Picasso | vía  www.nubesytripas.blogspot.com

Algunos años después, un 22 de de agosto de 1911 una noticia corrió como la pólvora por el mundo del arte: ¡¡ La mismísima Gioconda había sido robada del Louvre !! Nuevamente la policía apuntó a Picasso y Apollinaire, como principales sospechosos de tan sonado robo. Esta es la historia que la nueva película de Fernando Colomo “La banda Picasso” nos invita a recordar. La historia es ya harto conocida. Finalmente el ladrón resultó ser un italiano, Vicenzo Perugia que, instigado por el argentino y negociante Eduardo Valfierno para que la Gioconda volviera a Italia, entró en el Louvre, retiró la tela del marco, la enrolló y la sacó del museo. Éste tuvo el lienzo dos años guardado bajo su cama a la espera de un comprador capaz de pagarle lo que él exigía. Pero mientras tanto no perdió el tiempo: hizo un interesante negocio vendiendo reproducciones a millonarios estadounidenses y brasileños. Finalmente, un anticuario llamado Geri, utilizado como gancho por la policía, se citó con él en un hotel con la intención de de comprar la Gioconda. Fin de la historia, la Gioconda volvió al Louvre y Picasso, Apollinaire y su “banda” quedaron libres de toda sospecha.

 Fotograma de "la Banda Picasso" de Fernando Colomo Vía Público.es

Sin embargo, conocidos los antecedentes “cleptómanos” de Picasso y su troupe, tal vez convenga hacer otra lectura más atrevida. La vida nocturna de la bohemia parisina se prestaba a todo tipo de placeres y atrevimientos, tal vez al calor de los efluvios etílicos de la absenta, el haschis  o incluso,  las locuras del opio, sustancias a las que les pegaban en mayor o menor medida casi toda la pléyade de artistas que pululaban por los cafés y cabarets de París. En este contexto bien pudiera suceder que Picasso y Apollinaire se “calentaran”una de esas noches "locas"  para robar aquellas estatuillas íberas.

Picasso en aquellos años  rodeado de piezas y tallas africanas

 Bien es sabida la pasión que Picasso (y otros muchos artistas como Matisse o Jean Cocteau) tenía por el arte primitivo a raíz de que en 1907 descubriera las máscaras africanas en el Museo del Hombre de París, que como está igualmente documentado en los muchos bocetos y dibujos preparatorios de Picasso, condujo a la realización de una de las obras fundamentales del arte moderno: Las señoritas de Aviñon. Según cuenta Max Jacob, durante un encuentro en la casa de Gertrude Stein en París, en la que  coincidieron Picasso y Matisse, éste último le enseñó una estatuilla africana que había comprado en una de las tiendas de antigüedades y objetos exóticos, que entonces estaban de moda entre determinados círculos de la capital, y en especial de los artistas.  Tal como lo cuenta Jacob, Picasso tomó la estatua y la sostuvo entre sus manos durante gran parte de la noche. Cuando a la mañana siguiente el poeta visitó el estudio de Picasso, encontró esparcidos por el suelo, un gran número de hojas de papel. En cada una de ellas, el malagueño había repetido obsesivamente el mismo boceto: una mujer con un solo ojo, una nariz demasiado larga que convergía con la boca, y parte del pelo cayendo sobre los hombros. El cubismo nació ese día, diría Jacob más tarde.

 Muestra "Picasso y la escultura africana" (2010) Tenerife  Espacio de las Artes (TEA) 


 Una escena de una anterior película sobre Picasso (interpretada, creo recordar, por el gran "devorador"  Anthony Hopkins) reflejaba a Picasso y sus amigos de borrachera, recorriendo en un coche y alborotadamente la campiña de París rodeados de máscaras africanas como acompañantes. Imagino que dicha escena estuviera documentada en alguna de las muchas biografías de Picasso. Esto dice mucho de la locura artística en aquellos años.

Apollinaire en el  Bateau Lavoir junto a una talla africana

Volviendo al tema del robo, bien pudiera entenderse este acto de “sabotaje” al sustraer las estatuillas del mismísimo Louvre -símbolo de la tradición y la arrogancia oficial  - como el primer “performance” de la historia del arte, una forma de llamar la atención y una declaración de intenciones de un grupo de artistas sabedor de que estaba sentando las bases del arte moderno.

Sin embargo, no todo en Picasso son luces. Aparte de su conflictiva, posesiva y nada clara relación con varías de sus mujeres y amantes, Picasso -amparado en su ascendiente fama- no era del todo honesto, especialmente en lo relativo al dinero y sus competidores artísticos. Se decía que nunca pagaba en metálico, que lo hacía en cheques porque sabía que nadie los cobraría ya que todo el mundo prefería guardar como “trofeo” su firma como “autógrafo” . Se decía que a través de intermediarios compraba las peores obras de Matisse y otros artistas emergentes, para luego mezclarlas con las suyas y esperar a que se mofaran de ellas sus amigos al enseñárselas como propias, para luego decirles de quien eran realmente. Genio y figura el malagueño.

 Al hilo de la cuestión, bien valdría recordar que a lo largo de toda la historia del arte la picaresca y el fraude ha estado bien presentes. Ya Miguel Ángel enterraba y mutilaba sus propias creaciones escultóricas para hacerlas pasar por antigüedades clásicas, muy demandadas por la ambición coleccionista de  los mecenas renacentistas o para decorar  sus mansiones y palacios. En las “bottegas” de artistas de renombre como Leonardo o Rafael los aprendices realizaban bajo el asesoramiento del maestro copias de las obras para “colocarlas” a otros potenciales clientes, de hecho la reciente aparición de una nueva “Gioconda” en el Museo del Prado confirma esta arraigada costumbre de hacer copias idénticas. Otros artistas ocultaron que hicieron uso de artilugios ópticos para dibujar o pintar, como demostró David Hockney en su documentado y recomendable libro "El conocimiento secreto". Recuerdo que ya hablé de este tema  por aquí, en el post Cuando las imágenes tenían magia.

 E incluso hay  artistas  que han consentido y alimentado la copia burda de sus piezas maestras con tal de sacar tajada del asunto, incluso firmándolas a posteriori. El caso de Salvador Dalí es sintomático, pero no el único de una larga lista. En fin, luces y sombras de artistas. No es oro ni arte todo lo que reluce.

Quien quiera curiosear un poco más, hay una amplia  información sobre  fraudes y falsificaciones artísticas en este ensayo de Carlos Rehermann  "Arte y fraude"
Y por supuesto, ir al cine...

1 comentario:

jaal dijo...

Que gañán el Picasso, que mal rollo. No debía ser un pájaro del que te pudieras fiar. En fin cosas de los genios y sus chifladuras.

Saludos