martes, 2 de agosto de 2011

Hokusai y el gran pedo del viejo Cézanne

La montagne St. Victorie -Paul Cezanne (1904)

Recordando mis tiempos de aprendiz (que por cierto, nunca he dejado de serlo) en la decimonónica - y por otro lado efervescente- Escuela de Bellas Artes de Sevilla de los primeros años 80, recuerdo aquellas tardes en las que, resignado, tenía que ir a pintar -caballete y maletin en mano- a parques, plazas y jardines para la asignatura llamada de "paisaje", a luchar con el "motivo" y contra elementos, humanos (profesorado incluido) y naturales (viento, lluvia, etc.). Una vez, una tarde de mucho vendaval, uno de mis lienzos se soltó de las agarraderas del caballete y se fué literalmente rodando por una concurrida plaza hasta estamparse en los pantalones de un infortunado transeunte. Huelga decir que la pintura estaba fresca...y me quedó un bello cuadro abstracto. En definitiva, nunca me gustó la pintura de caballete y menos al aire líbre, aunque respeto a quienes honestamente la ejercen.

Anécdotas muchas, de transeuntes que con mejor o peor intención se permitían opinar sobre el lienzo que estabas pintando, que si esos colores, que si esas manchas, que si nadie pinta como antes, que si el gran Murillo, que si bla, bla, bla. Incluso había quienes, indignados que a su Giralda la llenasen de colorines, se atrevían a cogerte el pincel y dar unos "toques" aquí y allá. "¿Ves, hay que valorar el tono de la piedra con una grisalla, ¿Dónde ves esos naranjas y azules, por dios , que no estamos en carnaval? etc, etc..." Y uno , resignado o malévolo, se dejaba hacer...

Recién se apartaba el "corrector" espontáneo (a veces, también en la figura de mi profesor) y se iba contento con su "gran" obra, borraba su insulsa grisalla y ponía de nuevo mi flamante amarillo indio en las luces, mi toque de mediterráneo azul ultramar en las sombras. Y si recuerdo todo esto aquí y ahora es porque no hace mucho releyendo un pasaje de "Avant et Après" del "salvaje" Gauguin, me encuentro con esta oportuna y parecida anécdota acaecida tiempo ha al gran y viejo maestro Cézanne, que no tiene desperdicio, sobre todo al final, ya se pueden imaginar:

"Cézanne está pintando un paisaje rutilante; fondos ultramar, verdes fuertes, ocres que resplandecen; los árboles se alinean, las ramas se entrelazan pero dejan ver no obstante la casa de su amigo Zola [...]. Está en el Médan.
Pretencioso, el horrorizado paseante contempla lo que considera una lamentable mezcolanza de amateaur y, sonriendo profesoral , le dice a Cézanne:
- Usted pinta.
- Desde luego, pero no mucho...
- Ah ! ya lo veo; yo soy un antiguo alumno de Corot y, si me permite, con unos toquecitos mañosos le pongo todo esto en su sitio. Los valores, los valores...no hay nada más...
Y el vándalo reparte impúdicamente sus tonterías por el magnífico lienzo. Grises sucios cubren las sedas orientales.
Cézanne exclama:
- Monsieur, tiene usted suerte, me imagino que cuando pinta usted un retrato le pone el mismo brillo a la punta de la nariz que a la pata de una silla.
Cézanne recupera la paleta, rasca con un cuchillo toda la basura de Monsieur.
Y, tras un momento de silencio, se tira un pedo formidable y volviéndose hacia Monsieur, dice:
¡Ah, qué alivio ! "

La genial y escato(lógica) respuesta de Cézanne bien sería digna de un maestro Zen. Y a tener en cuenta cada vez que uno inicie discusiones filisteas sobre problemas de arte que se plantean mal desde el principio y acaban peor. Así que, para terminar y redondear el post que comenzaba con la majestuosa montaña de St. Victoria en la Provenza francesa, lo termino con otra montaña de arte, que será vista e inmortalizada como la montaña de Hokusai (inspirador por cierto de más un pintor impresionista y habitante de lujo en mi museo imaginario): el venerado Monte Fuji...Lo dicho ¡ qué alivio !





5 comentarios:

Rafael Ruiz dijo...

Como siempre, Manué, genial en todo lo que haces. Además tocas 2 de mis grandes pasiones: Cezanne y el arte japonés.
Como anecdotario, recordarás que fuimos en el 85 a Madrid. Yo era un pardillo salido del Insttuto que tonteaba con los colores, pero mi experiencia pictórica era escasa. En Madrid, vi la obra del maestro Cezanne en una exposición antológica, de la que conservo el catálogo. Hasta entonces, Iniciación a la pintura era un puro suspenso, con cuadros relamidos, sosos, monótonos y carentes de materia, de toque, de diversidad cromática. Gracias al maestro, el velo cayó de mis ojos y pude ver, contemplar, recrearme en su paleta, su toque, su composición. A la Montaña de Santa Victoria y Los Bañistas, Jugadores de cartas, naranjas, peras, manzanas, retratos les debo mi transformación y mi verdadera formación. en 2 días aprendí más que en todo el curso. A mi regreso, el cambio postimpresionista provocó en el profesorado incredulidad primero, sorpresa después y un 8 de nota final. Gracias, Paul, mi mejor maestro.

Manuel dijo...

Gracias Rafa por tu generoso y biográfico comentario aquí en la ínsula. Me alegro que tanto Cézanne como Hokusai sean dignos de tu admiración , me revelan el buen gusto que tienes.
Recuerdo ese "iniciático" viaje a Madrid a ver la antológica de Cézanne, anque yo en aquella ocasión no pudiera por mi penuria económica. En aquellos años, mis preferencias se reparían a partes iguales entre Van Gogh, Matisse y sobre todo el expresionismo alemán con Franz Marc, Nolde, Kandinsky y compañía, sin olvidar por supuesto, a mi admirado Paul Klee que como sabrás, da nombre a este blog a través de uno de sus cuadros más conocidos: Ínsula Dulcamara.
Lo dicho Rafa, gracias por dejarte caer por aquí.

Cristina dijo...

Pues hay que tener cuidado con los espontáneos que curiosean en tu cuadro cuando pintas paisajes. No sabes quién es. Puede ser un pelmazo o todo lo contrario... Mi padre siempre contaba una anécdota que le pasó a él: estaba pintando en París la Catedral de Notre Dame, cuando se le acercó una señora y empezó a comentar y a opinar sobre su cuadro. Hablaron, y al escuchar su acento ella le dijo: ¡Ah, es usted español! ¡mi marido también es pintor español!. Mi padre le preguntó cómo se llamaba su marido, por si lo conocía: ¡Pablo Picasso!, dijo la señora. ¡Casi se cae al Sena!

Manuel dijo...

Cris, gracias por tu comentario. Debo decir que ya conocía esa anécdota de París, la leí en la bio sobre tu padre, creo recordar. Me imagino la reacción, le temblaría hasta el pulso. A propósito de Hokusasi, tal vez deba decir aquí lo que te comenté tiempo atrás, de cómo descubrí la estampa japonesa de manos de tu padre en vuestra casa. Recuerdo que poco tiempo después, mis desnudos de natural casi parecían dibujos de luchadores de sumo, je, je. Lástima que no los conserve ni tenga fotos de aquellos apuntes. De todas formas tu padre siempre invitada a darle la vuelta al tablero y comenzar un nuevo apunte e incluso aprovechar los borrones que quedaban de carboncillo. Buen maestro Miguel Pérez- Aguilera donde los haya ( de sobra sabes que no es por hacerte la pelota, je, je, je). Todavía recuerdo con su carboncillo dar dos sencillos y rápidos toques en mi panel para hacer el quiebro perfecto de una rodilla, de una cadera o la flexión de un pie. Nada de claroscuro, la magia de la línea, solo lo básico, lo esencial...a veces dibujaba mal adrede sólo para que me corrigiera y poder escucharle...

Rafael Ruiz dijo...

Mi experiencia personal con Cezanne en Madrid fue enriquecedora, pero la anécdota de Picasso es immm-presionante. Por cierto, Manuel, tengo algunos catálogos de arte japonés y de las estampas que inspiraron a Van gogh en otra Exposición en Madrid, allá por 1994 cuando viví allí.